Saturday, January 10, 2009

Oscar de la Renta



Siempre bronceado, impecablemente vestido y peinado, Oscar de la Renta ha ocupado, con su encanto y talento, un lugar de primera importancia en la moda americana durante casi cuatro décadas.
Durante este largo tiempo, ha vestido a algunas de las mujeres más elegantes del mundo, desde la Duquesa de Windsor a Sarah Jessica Parker, incluyendo, por supuesto a las Primeras Damas Hillary Clinton, Nancy Reagan, Laura Bush, y Jackie Kennedy. “Jackie era muy divertida”, recuerda. “La gente le preguntaba, ‘¿De quién es ese vestido?’, y ella respondía, ‘Mío, por supuesto’. Nunca, nunca nombraba a sus diseñadores. Fue una mujer muy influyente, por supuesto. Fue la primera en crear la imagen de una Primera Dama. En Francia, por ejemplo, a nadie le importa lo que lleve puesto Madame Chirac. Nancy Reagan tenía una estupenda figura, era una verdadera estrella y sabía cómo vestirse. Hillary Clinton fue un poco más difícil; hay que recordar que venía de Arkansas y era muy tímida en sus gustos. Pero posee hermosos hombros y un decollete muy atractivo. Antes de morir, la voy a vestir en un diseño strapless”.
Si esa es su intención, probablemente no pasará mucho tiempo antes de que la senadora de Nueva York aparezca luciendo más de lo que esperaba en un vestido de Oscar. Son pocas las mujeres que se resisten a los designios de De la Renta, y muchas menos las que no suspiran frente a sus trajes perfectamente cortados, sus lujosas capas con borde de piel, sus faldas flamencas o sus blusas de encaje.
 Como uno de los diseñadores más reconocidos, este creador jamás ha abandonado su orgulloso trazo latino.
Después de crecer y educarse en República Dominicana, viajó a España primero y luego a París, donde trabajó en el atelier de Cristóbal Balenciaga, considerado por muchos el gran genio de la moda en su tiempo. A comienzos de los años 60, con su genio y su experiencia bien guardados en su elegante maleta, se trasladó a Nueva York, convencido de que el futuro de la moda estaba en Estados Unidos. Obviamente, no se equivocó.
De la mano de su primera mujer, la elegantisima Françoise de la Renta, se convirtió de inmediato no sólo en el diseñador favorito de las grandes damas de Manhattan y París, sino en frecuente invitado a su círculo social. Su estatus como man about town se confirmó luego con su segundo matrimonio, esta vez con Annette Reed, una de las reinas de Park Avenue. 

Hace pocas semanas, De la Renta anunció el lanzamiento de una línea más económica para las mujeres que admiran su ropa, pero no pueden costearla y, en un cóctel en el Museo de Arte Metropolitano, presentó su nuevo perfume, Rosamor, el primero con nombre latino.


Ocean Drive en Español: Cuando una mujer compra uno de tus perfumes, ¿busca un trozo de tu estilo, 
de tu nombre?


Oscar de la Renta: Probablemente es así cuando adquiere la primera botella. Pero, cuando compra la segunda o la tercera, que es cuando de verdad se prueba el éxito de una fragancia, ya no está comprando “Oscar de la Renta”, sino algo con lo que se puede identificar. Se convierte en “su” perfume. Las fragancias son algo extremadamente personal, mucho más íntimo que un vestido o un abrigo. 


ODE: Cuando creas un nuevo perfume, ¿estás pensando en una nueva mujer o en la misma que siempre te ha inspirado?


OD: Nunca he creado una fragrancia “fuerte”, porque eso no corresponde a mi trabajo ni a la percepción que tengo de una mujer. Todos mis perfumes son diferentes expresiones de la misma femineidad. Rosamor, por ejemplo, es un perfume muy juvenil, muy fresco, que responde a mi idea de lo que debe ser una mujer moderna hoy en día. Hay algo muy limpio y diáfano en esta fragancia.

ODE: ¿Es así como ves a la mujer moderna?
OD: El siglo 21 es el siglo de la mujer. No hay otro período de la historia donde las mujeres hayan tenido tanto control sobre sus propios destinos como ahora.
En ese momento suena el teléfono, y uno de sus asistentes le informa que una clienta ha adquirido cientos de miles de dólares de su ropa en una tienda por departamentos. De la Renta vuelve a la entrevista aún sin reponerse de la sorpresa.
ODE: ¿Todavía te sorprenden esas cifras?


OD: Claro. Imagínate, ¡una sola clienta! Me dijeron que compra todo lo que llega de Oscar de la Renta.


ODE: ¿Sabes quién es?


OD: No tengo la menor idea. A veces me parece increíble la cantidad de dinero que hay en este país. Debería enviarle una botella de Rosamor.


ODE: Volviendo a la mujer moderna…Tú tuviste algunos problemas interpretando a la mujer profesional de los 70 y 80.


OD: Sí, y por varias razones. Primero, yo no soy un diseñador minimalista. Me gusta la luz, el color, la belleza, y tuve que luchar en los 70 y a principios de los 80, porque las mujeres estaban tratando de integrarse al mundo de los hombres y eso se reflejaba en su guardarropa. Nunca he sido tan exitoso en mis negocios como ahora, y creo que eso se debe a que las mujeres de estos tiempos se sienten muy bien respecto a sí mismas, muy seguras. Se han dado cuenta que la femineidad es una tremenda ventaja y van al trabajo vestidas como mujeres. Por eso es que Rosamor tiene sentido en estos tiempos, porque todo en este perfume sugiere femineidad y felicidad.


ODE: ¿Dónde te ubicas en la moda americana?


OD: Me considero una mezcla de diseñador americano y europeo. He trabajado en Estados Unidos muchos, muchos años, y ésta es, por ejemplo, la primera vez que lanzo un perfume con un nombre latino. Y probablemente es porque nunca me he sentido más orgulloso de ser latino que ahora.
ODE: ¿Por qué?
Porque las mujeres latinas han sido
 siempre muy femeninas, y no sólo eso, sino que también tienen gran tradición en su modo de vestir y en sus perfumes. Cuando llegué a los Estados Unidos, que un hombre usara fragancias era considerado poco masculino. Pero, en nuestra cultura los hombres siempre querían oler bien, porque era una forma de agradar a la mujer.


ODE: ¿Venir de Latinoamérica te sirvió en tu trabajo con Balmain en Europa?


OD: Mi trabajo en Balmain fue relativamente fácil, porque no hice grandes cambios respecto a lo que estaba haciendo hasta entonces. Pero en París tenía mejores herramientas, mejores telas, más ornamentos, mejores encajes… Las colecciones de couture, obviamente, son mucho más caras y eso se nota en el trabajo. Cuando uno diseña en Estados Unidos siempre está pensando en la estructura de precio. En Balmain ese era un concepto que no existía. 


ODE: ¿Fue difícil hacerse cargo de una marca con un nombre tan poderoso?


OD: Nunca traté de diseñar como Pierre Balmain en parte porque, a diferencia de otros diseñadores europeos, nunca fue tan identificable. En el caso de Balenciaga, por ejemplo, cualquiera era capaz de identificar sus diseños. Lo mismo sucedía con Chanel. De Balmain todos sabían que hacía ropa hermosa, pero no tenía una línea tan fácilmente reconocible.
ODE: ¿Crees que es bueno que un diseñador tenga un estilo tan identificable?


OD: Puede ser bueno y malo. Hay diseñadores que han quedado muy marcados por cierto período y que no son capaces de superar su propia fama, como ocurrió con Courreges en los 60. Hoy día habría que tener mucho coraje para vestirse con Courreges. Por otra parte, pienso que he tratado de evolucionar, pero, al mismo tiempo, manteniendo mi filosofía y mi concepto respecto al tipo de mujer que deseo vestir. Además, esa mujer también ha evolucionado. Y mucho. 


ODE: ¿Cuál dirías que es el mayor cambio en la labor de un diseñador desde que comenzaste hasta ahora?


OD: Hoy, lo más importante es vestir y perfumar a las masas. Uno quiere llegar a un sector mucho más amplio del mercado. En mis inicios, los diseñadores creaban ropa extraordinaria para un sector muy pequeño de la población. Y por eso es que vine a este país, porque pensé que el futuro de la moda estaba en el ready to wear. En París, donde estaba hasta entonces, el ready to wear no era realmente importante. No lo reconocían como una expresión válida de la moda y pensaban que la creatividad se reducía a diseñar prendas increíbles para un puñado de mujeres. Hoy, incluso las mujeres que se visten con alta costura y son riquísimas, se sienten un poco avergonzadas de confesar cuánto pagan por sus vestidos. En los 50 ó 60, la exclusividad y el precio eran motivo de orgullo. El mundo se ha vuelto mucho más democrático, las masas son muy importantes y la moda se ha vuelto aspiracional.


ODE: ¿Cómo ha afectado tu trabajo la relación con las celebridades?


OD: Las celebridades, obviamente, producen un impacto. Siempre me sorprende recordar los tiempos en que una estrella no podía salir de su casa si no era con una chaqueta aprobada por los grandes estudios; hoy estas chicas se visten por sí mismas, y a veces muy mal. No creo que su influencia sea tan grande como solía ser. Por otro lado, Sarah Jessica Parker lució uno de mis vestidos en uno de los últimos capítulos de Sex and The City –ni siquiera sabía que iba a usarlo hasta que Baryshnikov, que es un buen amigo mío, me avisó–, y al día siguiente vendí once de esos vestidos en Palm Beach. ¡Estamos hablando de un vestido de $4,000! Uno pensaría que las mujeres de Palm Beach no se dejan influenciar por Sex and The City, pero me llevé una sorpresa.


ODE: Tú y Bill Blass a menudo son mencionados como los primeros diseñadores que formaron parte del círculo social de las mujeres que vestían. ¿Cómo ocurrió?


OD: Realmente no sé. Siempre recuerdo a la Duquesa de Windsor, que decía que cuando llegó a Inglaterra todos esperaban que masticara tabaco, como supuestamente hacían los estadounidenses. No es que tenga una vida extraordinariamente privilegiada, pero siempre ha sido muy agradable, incluso antes de que me convirtiera en diseñador de modas. Cuando llegué a este país conocí a muchas personas, y además tuve la suerte de casarme con dos mujeres excepcionales que eran parte importante de la vida social en París y Nueva York y que han tenido gran influencia en mi vida y mi carrera. Considerando que hago ropa cara, también es muy importante saber quiénes son mis consumidoras. Pero si hay algo que no soporto, es ir a una comida y que la mujer a mi lado comience a hablar de ropa. Me vuelve loco. Hablo todo el día de trabajo; si voy a comer, prefiero hablar de otras cosas.

ODE: ¿En esa época, había algunos prejuicios respecto a los diseñadores?


OD: Cuando llegué a los Estados Unidos, John Fairchild, el famoso editor de Women’s Wear Daily, ya tenía una gran influencia. Hasta su llegada, el nombre que aparecía en la etiqueta de la ropa era el del fabricante; el diseñador era una persona que trabajaba atrás, en la sombra. Fairchild fue el primero que sintió curiosidad por los diseñadores y los convirtió en personalidades. Los medios también han contribuido mucho. Pero, esto no era nuevo. Los di-señadores de Hollywood, como Adrian o Jean Louis, estuvieron casados con estrellas y participaron en la vida social. Dior o Balenciaga también vivieron vidas muy grandiosas.


ODE: ¿Tienes ambiciones que aún no hayas cumplido?


OD: Nada en particular, mi mayor defecto o cualidad, depende de cómo se mire, es la curiosidad. Me encanta la vida y pienso que cada día hay algo nuevo que aprender. Ya no viajo tanto como solía hacerlo porque mi esposa detesta abandonar sus perros, pero siempre me apasionó visitar lugares exóticos, donde no conocía a nadie, donde tenía todo por descubrir.


ODE: ¿Cómo ves el futuro de una empresa que está tan identificada con tu nombre, con tu rostro?


OD: Mi hija trabaja conmigo, y siempre le digo que mi mayor temor es llegar un día a la oficina y descubrir que he sido despedido. Tengo un gran equipo de asistentes, todos muy jóvenes, y algunos han estado junto a mí por mucho tiempo y conocen muy bien la compañía. Ellos podrán seguir adelante mucho después que yo haya desaparecido. Pero, no pienso en el retiro. No sabría qué hacer. Me siento lleno de energía, me encanta crear y los momentos más excitantes de mi vida siguen siendo los que paso en mi mesa de trabajo.

Ocean Drive Espanol, 2007

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